5.12.11

Stop

Se te paró el corazón y el tiempo cuando la conociste. Ahora que se ha ido, sientes que no puedes vivir sin ella. Bienvenido a la era del no-muero de amor. Del que no puede beber más que aire intoxicado de su ausencia (y lo acompaña con alcohol para ahogar sus flotantes penas). De las noches en la cama gris. De los despertares en los que su lado del colchón sigue frío como en noviembre. De las ganas de morir del todo. De los cajones vacíos.

2.12.11

Cuando para el 2 de diciembre

Cuando dejas de ver luces de colores. Cuando los destellos de las farolas se apagan. Cuando comienzas a tener la boca y la nariz secas. Cuando el humo del tabaco se apodera de tu tráquea. Cuando pierdes territorio en la guerra por mandar un mensaje estúpido a las tres de la mañana. Cuando todo te da vueltas. Cuando caminas descalzo por la acera fría por no aguantar los zapatos. Cuando te sientes medio vacío y no por pesimista, sino porque ella se ha largado. Cuando el whisky ya no te hace efecto y comienzas a sentir el frío del invierno mordiéndote el cuello. Cuando piensas que estás más solo que la misma luna que te ilumina el camino a casa. Cuando has perdido toda esperanza de que ella regrese. Cuando te arrepientes de no haberle dicho "no llames más", y seguiste adelante con la locura de quererla sin darte cuenta. Cuando te enteraste de que ella quería a otro. Cuando te sentiste idiota. Cuando la perdiste. Cuando te consuelas y conformas con cualquier cosa. Cuando solo quieres llorar sin que te vean. Cuando vuestra maldita canción suena. Cuando te apetece montarte en el coche e irte lejos y no regresar. Cuando no lo haces. Cuando te quedas. Cuando recuerdas con amargura y sin complejos. Cuando lloras y te ven. Cuando te calzas los zapatos y sigues el camino a pie. Cuando no te arrepientes de haber mandado el maldito mensaje a corazón abierto. Es entonces cuando comienzas a afrontar que puedes vivir sin ella.

1.12.11

Cúrate el 1 de diciembre

Ya le advirtieron que la cura tenía sus inconvenientes. Se libraría de la rabia, de la angustia y de esa estúpida tristeza que sentía cuando fijaba los ojos en un libro y realmente no llegaba a leer nada. Se olvidaría de la pena que la empujó a la terquedad de los cigarrillos después de llevar dos años sin probar uno. Pero tampoco amaría. Le pareció bien. Todo con tal de no sentir el frío entre las costillas que sentía desde que él había dicho finito y se acabó. Todo con tal de no sentirse patética mirando sola la película de turno, de que su reloj volviera a andar, de que el calendario avanzara y nunca más se quedara atascado en ese fatídidico día en el que sus sueños se esfumaron. Meses después se sorprendió hablando con el chico de la barra, y tal y como le habían dicho, cualquier rastro de deseo se le adormiló antes de llegar a trepar por sus muslos. Se había inmunizado contra lo bueno y lo malo, y durante dos años estaría apagada, hasta que se le pasara el efecto de la cura.